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Cuando todos los caídos en Malvinas rencuentren sus nombres

14 Sep 17
Alberto Mena
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BUENOS AIRES — Cada mañana durante estos últimos dos meses, lo primero que hacía Sonia Ortega al despertar era consultar cómo iba a estar el clima de ese día. Sabía que estaba más cerca el momento de rencontrarse con su hijo José Honorio Ortega, quien cayó en la Batalla de Pradera del Ganso durante la Guerra de las Malvinas, en 1982. El cuerpo de Ortega yace en una de las 121 tumbas sin identificar que han sido recientemente exhumadas por el equipo forense de la Cruz Roja Internacional en el Cementerio de Darwin, en el marco del Plan de Proyecto Humanitario, tras un acuerdo histórico firmado entre Argentina e Inglaterra en 2016.

Para un país que aún sufre las heridas de la desaparición y la muerte de miles de ciudadanos durante los años setenta, una cosa es clara: este paso tiene un valor de redención y justicia. El reclamo por la soberanía de las islas Malvinas se inició en 1833, cuando los ingleses las invadieron, y ha durado casi dos siglos sin éxito. La derrota y la inevitable asociación de la Guerra de las Malvinas con la Junta Militar que gobernó Argentina de 1976 a 1983, les había negado a los excombatientes el merecido reconocimiento.

Quienes pertenecemos a la generación de José, así como a generaciones anteriores, fuimos educados con manuales de historia que nos enseñaban un pasado glorioso, con un Libertador de tres países de América, José de San Martín, entre nuestros próceres. Eso nos causaba un orgullo histórico que la dictadura argentina supo manipular. Solo así se podría entender el apoyo que le dio todo el país a esa guerra. Hubo cerca de 200 mil voluntarios civiles. Luchar por Malvinas era ser protagonista de una reivindicación muy esperada y eso no dejó vislumbrar el infierno que nos esperaba.

El Estado hizo muy poco por los que murieron allá y por los sobrevivientes. Al regresar, los excombatientes no tuvieron apoyo psicológico ni económico, solo sus familias los esperaron y les dieron el auxilio que necesitaban. Para numerosos sobrevivientes, eso no fue suficiente. El olvido de la sociedad y el trauma de la guerra llevó al suicidio a un número de exsoldados cercano a los 649 caídos en combate.

También para Gran Bretaña las tareas de exhumación en el Cementerio de Darwin marcaron un giro político muy novedoso. Cada año, ante la ONU, se le cuestionaba al gobierno británico negarse al diálogo por el tema Malvinas, en contraste con la actitud de respeto que habían tenido con los prisioneros y muertos argentinos al finalizar la guerra. Fue un militar inglés, Geoffrey Cardozo, quien se encargó de levantar el Cementerio de Darwin para sepultar a los 237 soldados argentinos —entre los cuales había 121 sin identificar— que encontró en los campos de batalla y que la dictadura se había negado a repatriar. “Ya están en su patria”, le contestó el dictador Leopoldo Galtieri, a horas de renunciar.

Cuando los excombatientes Julio Aro, José Rascchia y José Luis Capurro viajaron a Londres en 2008, invitados por veteranos ingleses, se encontraron con Cardozo, ahora retirado, quien les entregó un sobre diciéndoles: “Ustedes sabrán qué hacer con esto”. Contenía un informe con una minuciosa descripción de cada uno de los cuerpos que había enterrado en el Cementerio de Darwin, en febrero 1983, a meses de terminada la guerra. Al llegar a Buenos Aires, los tres excombatientes crearon la fundación Nomeolvides con la misión de devolverle la identidad y la memoria a los 121 soldados no identificados.

“Malvinas es una causa humanitaria para mí. Cubrí la guerra y vi morir a muchos amigos queridos. En aquel momento, hice la promesa de dedicar mi vida a honrar la memoria de todos los que estuvieron allí”, me dijo la periodista Gabriela Cociffi, quien acompaña a la fundación Nomeolvides desde el primer momento. Su compromiso ayudó a contrarrestar la falta de dedicación del Estado. Hacía muchos años que Cociffi reclamaba un listado oficial de familiares de los caídos, para poder obtener de ellos una muestra de ADN con el fin de identificarlos. “¿Por qué te interesa tanto esta causa, tenés un muerto ahí?”, le preguntó a Cociffi un funcionario muy cercano a la expresidenta Cristina Fernández de Kirchner. “Yo tengo 649 muertos. ¿Vos, no?”, le respondió.

Coccifi también consiguió que otro inglés, el músico Roger Waters, fundador de Pink Floyd, se involucrara en el tema Malvinas y pidiera personalmente a la expresidenta Cristina Fernández que hiciera el reclamo ante la Cruz Roja Internacional. El gobierno argentino finalmente hizo el pedido formal correspondiente y se presentó ante el Comité de Descolonización de Naciones Unidas para solicitar, nuevamente, el inicio de un diálogo con Inglaterra. La comitiva presidencial incluía a madres y políticos de todos los partidos.

¿Por qué tardó tanto el Estado en tratar de devolverle la identidad a sus combatientes? Porque la sociedad no supo separar a los responsables de los crímenes de la dictadura de aquellos que fueron a dar su vida por una causa que creían justa. “Nadie murió con un tiro en la espalda”, sostenían los excombatientes. Sin embargo, el reconocimiento tardó décadas en llegar.

Soldados argentinos capturados y vigilados por combatientes de la Marina Real británica en el área de Goose Green, en las Malvinas, el 2 de junio de 1982 CreditMartin Cleaver/AP Photo

“Una foto de aquel momento mostraba el cuerpo de mi hijo junto al de otros soldados, apilado en una fosa llena de agua, directamente en la tierra. Esa imagen me acompañó todos estos años silenciosamente. Así lo soñaba. Por eso, cuando conocí a Geoffrey Cardozo y me enteré de la forma respetuosa en la que lo había enterrado, sentí mucho alivio”, recuerda Sonia Ortega, mientras espera los resultados del análisis forense para identificar los restos. Actualmente, las muestras de ADN de los 121 cuerpos exhumados se están analizando en los laboratorios del Equipo Argentino de Antropología Forense y el gobierno argentino dará a conocer los resultados en diciembre de este año.

La Cruz Roja Internacional terminará en ese momento la labor humanitaria de devolverle la identidad a cada uno de los cuerpos enterrados, sin nombre y sin historia. Se las devolverá a ellos y a una sociedad que también necesita cerrar estas heridas. Mientras tanto, brinda su asesoramiento y experiencia a funcionarios del gobierno para enfrentar el momento de entregar los resultados a las familias y organizar el viaje a las Malvinas. Madres como Sonia Ortega podrán finalmente viajar a las islas para sentarse junto a la tumba de sus hijos.

De ahí en adelante, la cuestión de las Malvinas volverá al punto muerto donde ha estado durante más de tres décadas de democracia, en las cuales Argentina ha intentado restablecer diplomáticamente, sin lograrlo, el diálogo con Inglaterra. (El gobierno inglés mantiene cerradas las puertas del diálogo argumentando que los malvinenses se consideran parte de Gran Bretaña, aunque desde la posguerra la administración de las islas sea económicamente poco eficiente).

La historia argentina seguirá entonces marcada por las secuelas de esta guerra, aunque, al menos, los muertos habrán recuperado su nombre. Sin embargo, ambos gobiernos deberían ver en el gesto fraternal y sin pretenciones de Geoffrey Cardozo un modelo de inspiración. Más allá de las banderas en conflicto, Cardozo cumplió con el mandato ancestral de enterrar a los soldados que yacían sin nombre y sin ley, con la seguridad de que sus padres vendrían a buscarlos algún día. Ese día por fin llegó.

FUENTE: The New York Times (ES)

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